domingo, agosto 16

Un día como cualquiera

Ciudad gris, calma. Como la calma que antecede la tormenta. Como el silencio antes del estruendoso final de una sinfonía. Calma. Como la calma más íntima, como la calma de dos amantes después del más apasionado coito. Calma.
La gente en sus trabajos, en sus casas, en la calle, todos expectantes, pero no paranoides, no pensando solo haciendo. Tácitamente todos saben, el final está cerca. El aire es tenso. La atmosfera es tan espesa que se puede cortar con un cuchillo, con una navaja afiladísima y aun así no se exterminaría esa invisible y muda dureza del aire. Calma. La calma de una oficina, una silla de terciopelo rojo, un hombre. Está tranquilo a pesar de la ingesta de cafeína de su apurado desayuno. Se da vueltas, caminando, ansioso, como si fuera a hacer surcos en el suelo con sus pies. Se da vueltas, porque falta poco, falta tan poco. Sabe que tiene que hacerlo. Llega la hora y su tensión aumenta, nervios de acero. Se acerca al escritorio y levanta una tapita de acero. Debajo está una prohibida gema roja. Se decide, ya está todo hecho. Calma, la calma de un nido de metal bajo tierra, interrumpida por el comando de un demente. El piquete mortal es forzado a salir de su morada, en una fatal expulsión, rápida y letal. Debe cumplir con su objetivo, no puede elegir, despega y vuela.
Vuela por el aire martillo de Dios, cae, vuela y cae. Cae en sus cabezas y aplasta.
Volando va y no se detiene, no lo tiene permitido y vuela nada más. Y cayó, el martillo cayó, la luz dio su destello letal y el fuego arreció como una terrible lluvia, y el estruendo fue terrible, y entonces la tierra se remeció y bailó al compás de su director de orquestas. Entonces el rey de los hongos se levantó, para reinar sobre sus víctimas, con la sinfonía demoniaca de su horroroso estruendo. Y entonces la calma de la gente desapareció, por que la gente también lo hizo, la ciudad gris iluminada por un destello mortal, los edificios en el suelo, la gente gritando antes de su horrendo final. Desintegrados por la masa critica de un arma hecha para matar a varios. Sofocados y rendidos ante la sanguinaria violencia. No hay vuelta atrás. No existe la piedad. Silencio y horror.
Ciudad gris, calma. Como la calma posterior a la tormenta, como el silencio después de la sinfonía que sirve de antesala al aplauso del público. Tan solo una calma.